Sunday, November 18, 2007

Un Yo Poetico y el Mio

“-Mi yo poético debe de limitarse a ser el guardián espiritual de mi casa. Le tengo denegado el acceso a mi vida en sociedad. La poesía y la eternidad no tienen un espacio público, porque al estar siempre enfermas deben de guardar reposo en la habitación de cada uno. Es la enfermedad que más libertad tiene entre todas las enfermedades, y la más noble. Es un personaje efímero que tan solo se hace presente en contadas ocasiones de la vida, en la lírica oculta de ésta. Nunca le he visto el rostro, pues tan solo en contadas ocasiones lo vi de espaldas. Tan solo sé que no puede ser ni será nunca prosa, porque es una esencia tan dinámica y escurridiza como la luz del tiempo, si podemos creer realmente que el tiempo es luz. En muchas ocasiones el lenguaje es una macabra interferencia para mi yo poético, porque aterrizar en el papel, puede suponer una inesperada perdida de identidad para el poeta. Es entonces cuando las palabras se convierten en mera tinta, y los universales poéticos quedan atrapados para siempre en el papel. El yo poético no ha nacido para aterrizar en el papel, sino para perderse en el nublo, en esa dulce patria de algodón en el que todo pensamiento cabe. No obstante el mundo como concierto de voluntades, sin ningún trasfondo propio con el que pueda imaginarse a si mismo como una persona de carne y huesos expulsados del edén, deberá de quedarse con esa voluntad inarmónica con el que sorprendentemente se construyen nuevos monumentos, rascacielos y pirámides, en honor a las nuevas edades.
El yo poético debe de ser un enfermo convaleciente, con un paño impregnado de agua helada en la frente, y hablando con lenguas extintas para poder comunicarse con los antiguos dioses, que no fueron capaces de aprender los nuevos dialectos que existen en la tierra. Es una voluntad que ha nacido para dominar con su arte, pero como nadie puede comprender la lengua con la que hablan las olas del mar, la lengua con la que hablan el sol y las nubes, y la lengua con la que hablan los pájaros al llegar el amanecer, debe de ocultarse para que nadie se asuste de las profecías de todo ese derroche de la naturaleza, para poder comunicarse con el hombre. el yo poético es mucho más que una personalidad fingida, porque se oculta tanto entre los matorrales para espiar a los viandantes por el parque, que nadie conoce su rostro, es incluso capaz de burlar a la muerte y de esconderse en las sombras de las rúas de las ciudades espirituales de nuestros sueños, para pervivir por siempre en nuestra memoria. Odia la vacuidad a excepción de aquella que es mística, el único que no cree en un principio y en un final, pues la cultura refinada de las masas ni siquiera piensa lo que hay detrás suyo, ni lo que hay por delante, tan solo en el momento de la vanguardia. No porque sean filósofos del instante y la expansión, porque en la parcela de su intimidad y su discurrir cotidiano, hay muros intransigentes en los que ni siquiera se pueden escuchar las voces de sus vecinos. Yo creo en mi voluntad, yo creo en esa ficción que supera a todo lo real por todo su dramatismo y toda su profusión de sentimiento, que ya ha puesto su ancla en una nube sagrada, para escuchar por siempre el canto velado y enigmático de la noche. Si al tiempo no le salen nunca arrugas, tampoco le podrán salir nunca a mi yo poético. Nunca vencerá al tiempo, pero tampoco será vencida por éste, y ambos convivirán en paz y armonía, secula seculorum, en la cima de la inconmensurable montaña del ser. La montaña del ser, no tiene ningún dios, ni gobierno, y el ser de la poesía tendrá derecho a vivir allí sin que nadie perturbe su calma nunca.

-¿Quién es entonces esa voluntad imaginaria, que tan idealizada tienes?, ¿Un lobo solitario que corre en la llanura?, ¿el caudal del agua que como el mismo espíritu del tiempo va corriente abajo? No me convence en absoluto esa ausencia de fronteras creadora. Nuestro yo poético es como un león humillado, que esta encerrado en una pequeña jaula, y que gruñe inocentemente ante la atónita mirada de todos los espectadores que participan de su subasta. Recuerda que la idiosincrasia no puede difuminarse en un cuadro esplendoroso como lo es el cielo. No me gustan tus apasionados gritos de libertad, los contratos sociales fueron firmados hace mucho tiempo para que el hombre no pudiese pensar. No te quedes sentado en la estación abandonada de la poesía, levántate y fortalece tus músculos con el trabajo, sigue a la masa que camina por el desierto sin saber hacía donde se dirige. Yo soy su pastor en el desierto y les digo cuando tienen derecho a respirar, y les ordeno los temas sobre los que deben hablar, y le doy más fuerza al grifo del sol si se comportan mal. La creación de ese yo trascendente responde a una cadena de necesidades y a una mera voluntad biológica por preservar nuestra supervivencia. Debemos de cerrar muchas puertas, no podemos permitirnos el lujo de dejar a artistas extravagantes guardando reposo en cama. Las manos fueron hechas para trabajar, pero no para escribir, los ojos fueron hechos para mirar pero no para comprender, las orejas para recibir órdenes pero no para interpretarlas, los labios para asentir pero no para negar. Nada debe de quedarse en casa, todo debe de salir fuera de ella, interioridad y exterioridad deben de coincidir. El estado debe de controlarnos a todos, el único modo posible de que exista esa anhelada razón suprema es que no existan yos poéticos sino yos económicos. Me gustaría desautorizar a todos aquellos maestros de oratoria que pregonan la independencia de los sentidos, y la libertad de la poesía en la vasta llanura del ser. Todas sus almas deben de venderse al mercado al mejor postor, pronto la tuya será encadenada con grilletes y subirá a la tarima como una esclava”.
Silencio, no escuché nada más en mi diálogo interior, aquel pasajero maldito que tengo dentro se había callado por un instante. Parecía como si hubiese escuchado el murmullo de un hombre que me hablaba desde lejos, mezclado en la multitud, con sus gafas de sol oscuras, y un rostro impenetrable a cualquier emoción. Sabía que el sistema me vigilaba mediante aquel hombre. O tal vez el sistema mismo se había reencarnado en ese hombre hostil, con ojos de acero, y con labios agresivos que estaban programados para dar órdenes. Era un intruso de la verdad que había amado en mi infancia, pero que había empezado a odiar. Mientras el sol hacía su imperturbable vuelta alrededor del cielo, nos quedamos paralizados, la gente nos esquivaba pues no podían saber si éramos mimos o auténticos profetas que nos querellábamos por un pedazo de cielo. Sus gafas de sol ocultaban su rostro, aunque yo sabía quien era: no podía ser otro que el capataz de la inmensa fábrica de la sociedad, el único con el poder de pedir a unos que se levantasen y a otros que se arrodillasen. Es el único que probablemente sabe cuando nació la industria y cuando deberá de perecer. La noche caía sobre nosotros, y la mayor parte de los transeúntes habían desaparecido. Estuvimos todo el día mirándonos a una distancia prudencial, la comunicación era una poderosa mezcla entre intuición y telepatía. Estábamos en la plaza pública como si fuésemos dos estatuas con nuestros puntos de vista que en ningún momento quisiesen ceder a las amenazas del contrario. Aquel enemigo acérrimo de mi yo poético, estaba condenado a desaparecer, porque la voz del pueblo no tiene una enfermedad de origen divino. Se volatilizó como si mi poder mental hubiese podido detectar un intruso y hubiese podido matar a ese espejismo fatal. Como si mi yo poético fuese un astro que viaja por el espacio y hubiese desviado a un meteorito que tenía la intención de aplastarlo. De hecho nuestra dispar fuerza de gravedad nos había separado por completo en el espacio y la imaginación. Tal y como quedo reflejado en esa discusión, que quedó ahogada para siempre en la penumbra de la noche. Mi yo poético es una enfermedad mucho más poderosa que las enfermedades de origen burocrático y económico. Sin embargo, para algunas personas prima el yo de la industria y de los avances tecnológicos, es una predestinación parecida a la del sol creciendo hasta aplastar a la tierra. El misterioso hombre inexpresivo con mono azul y con gafas oscuras a quien vencí, en esa batalla estética y de emociones encontradas, sabe mucho más de la ciencia nihilista que mi yo poético. Éste es una presencia ficticia que se ha suicidado en muchos mundos esenciales y existenciales, pero ha sobrevivido en cada desaparición, porque siempre se ha ocupado de glorificar cada mundo en el que ha caído en combate. En efecto, mi yo poético no puede salir de las pesadas sombras de mi hogar. Sería una fácil presa de los dogmáticos escarabajos de oficina, de los provincianos que como elefantes siempre van en manada y ocultan su ingenuidad con sus trompetazos y con sus pisadas de mastodontes en el suelo, y de las mortecinas y desdibujadas miradas de todos aquellos que ya han asentado cátedra en el museo ...

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